domingo, 24 de octubre de 2010

SE LE REPITE EL GAZPACHO QUE TOMÓ HACE 36 AÑOS

Julio Roys cometió el error de decantarse por el gazpacho andaluz en una comida que celebró hace 36 años. “Ni siquiera me entusiasmaba. Ahora mi vida es un infierno”, se lamenta. Por algún extraño motivo, aquel gazpacho que se tomó en 1974 se le repite desde entonces. “Ahora mi vida es un infierno”, insiste el entrevistado.
Julio me recibe en su domicilio tras negarse a celebrar el encuentro en un restaurante. “Como en casa desde que ocurrió aquello”, me aclara. Se refiere, obviamente, al día en que el gazpacho andaluz se le empezó a repetir sin que nada ni nadie haya podido evitarlo hasta el momento. “He ido a todos los especialistas y no se me pasa. Algunos dicen que es un tema psiquiátrico. Cuando me sueltan eso, les eructo en todo el morro. Entonces notan el olor del gazpacho y se callan. No se me pasa y he ido a todos los especialistas”, explica.
Roys es padre de trillizos y le horroriza la posibilidad de que se acerquen a un gazpacho andaluz. “Prefiero que se droguen. Si han heredado mi sistema digestivo, están en peligro. No sabes lo desgraciado que puedes llegar a sentirte cuando comes un helado de chocolate y percibes el maldito gazpacho asomándose desde lo más profundo del estómago. En su día comí otro gazpacho para neutralizar al gazpacho original y no sirvió de nada. El nuevo gazpacho dejó de repetirse en unas horas y, de nuevo, volvió el otro. Es como si me hubiera poseído. No sabes lo desgraciado que puedes llegar a sentirte. Especialmente cuando comes un helado y percibes el gazpacho asomando por ahí”, confiesa.
“Mi vida ahora es un infierno y ni siquiera me entusiasmaba el gazpacho cuando lo pedí hace 36 años; he ido a todos los especialistas y algunos dicen que es un problema mental. Soy padre de trillizos y prefiero que se droguen a que sufran esto. No sabes lo desgraciado que me siento cuando como helado de chocolate”, comenta el entrevistado mientras me sirve un caldo de pollo. “Espero que te guste y que lo digieras bien. Yo no tomaré nada porque me siento como si acabara de comer. Gazpacho, concretamente. Se me repite desde 1974″, declara Julio con la mirada cansada. “El restaurante en el que me lo sirvieron cerró hace cinco años. Nadie se hace responsable. Como en casa desde que ocurrió todo aquello”, agrega.
Nuestra charla es interrumpida momentáneamente por la presencia de un señor mayor que cruza el salón aplaudiendo rabiosamente. Desaparece por mi izquierda sin dejar de dar palmadas. Miro a Julio interrogándole y él me aclara, sin dejar de mirar al suelo, que ese señor es su padre. “Vio ‘Pretty Woman’ cuando la estrenaron en los cines y le gustó tanto que desde entonces no ha dejado de aplaudir. Es una suerte mantener tanta jovialidad. Yo me siento muy desgraciado, especialmente cuando como un helado de chocolate y percibo el gazpacho asomando desde mi estómago. No se lo deseo a nadie. Prefiero que mis hijos tomen drogas. Son trillizos. He ido a todos los especialistas”, se lamenta Julio mientras me sirve, por tercera vez, una ración de caldo de pollo.

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